Escrito por Charles Philbrook
Debo confesar que no pensaba escribir sobre esta mega crisis por un buen tiempo. Y no pensaba hacerlo porque todo lo que he escrito en relación a ésta desde hace más de dos años se encuentra, en blanco y negro, disperso por toda la galaxia virtual de Internet. Ya no quedaba mucho por decir: el exceso especulativo en los mercados era demasiado grande como para no llamar la atención de cualquier economista medianamente informado en el tema; era demasiado grande como para que uno no se preguntara de dónde venía ese oxígeno que alimentaba ese fuego infernal, y demasiado grande como para no escribir sobre este Armagedón financiero en cierne.
Y eso hice, hasta que el recuerdo de la maldición de Casandra me llevó por otros rumbos alejados de la redacción y de la prosa. Pero en las últimas semanas el colapso en los mercados ha llevado a que la izquierda económica salga, en tono triunfal, a declarar la muerte del libre mercado —que aseguran fue por suicidio—. Seguir callado, como se comprenderá, dejaba de ser una opción. Un reducido número de economistas advertimos sobre el tsunami que se nos venía encima. La inmensa mayoría de nuestros colegas en la profesión, o no vio la ola o, si la vio, supuso que las nuevas condiciones oceanográficas favorecían la práctica del surfing.
Ahora que la naturaleza y la magnitud de la crisis quedan al descubierto, son estos economistas precisamente los que han cambiado la trusa de baño por el traje de tres piezas de analista económico, y pontifican en cuanto medio de comunicación pueden acerca del rol que el Estado debe tener en la solución del problema, que atribuyen a una "falla de mercado". ¿Falla de mercado… o falla de gobierno? Esta la pregunta que me lleva a tomar la pluma una vez más.
¡Pero no se apresure en responder! Esta gran crisis financiera, poliédrica, de la cual el inmobiliario es uno de los lados, tiene en William Jefferson Clinton, el ex presidente norteamericano, uno de sus tantos responsables. Y no lo afirmo yo: es lo que se deduce de esta nota publicada hace casi diez años en el órgano oficial de la izquierda norteamericana, el neoyorquinísimo New York Times, firmada por Steven A. Holmes, en la que ya el título dejaba presagiar lo que se estaba fraguando: "Fannie Mae flexibiliza crédito para estimular el préstamo hipotecario". Como la nota es larga, transcribo algunos de los párrafos relevantes:
"[C]on el fin de ayudar a que las minorías y la población de menores ingresos se hagan de una casa, Fannie Mae Corporation planea reducir los requerimientos crediticios que le pide a la banca al momento de comprarle su cartera hipotecaria".
(…)
"Este plan piloto, en el que en un comienzo participarán 24 bancos en 15 ciudades (incluyendo el área metropolitana de Nueva York), busca incentivar a los bancos a que concedan préstamos hipotecarios a personas a las que su historial crediticio no les permite obtener préstamos convencionales".
(…)
"Fannie Mae, el suscriptor de préstamos hipotecarios más grande del país, se encuentra presionado en gran forma, por un lado, por la Administración Clinton, que insiste en que aumente su cartera de colocaciones hipotecarias entre los grupos de menores ingresos y, por otro, por sus accionistas, que buscan que mantenga su alto nivel de rentabilidad."
"[Por su parte], los bancos, las instituciones de ahorro y crédito y las compañías de préstamos hipotecarios también presionan a Fannie Mae para que los ayude a otorgar cada vez mayores préstamos a personas de alto riesgo crediticio ("subprime borrowers"). Los ingresos, el historial de crédito y los niveles de ahorro de estos deudores les impiden acceder a préstamos hipotecarios convencionales, y es por eso que cuando obtienen préstamos, éstos vienen con tasas de interés altas —de 3 a 4% por encima de las tasas convencionales—."
(…)
"’Fannie Mae ha logrado que millones de hogares accedan a la casa propia al reducir los requerimientos del depósito inicial’, afirma su presidente, Franklin D. Raines."
(…)
"Este nuevo segmento crediticio [los clientes ‘subprime’] lleva a Fannie Mae a que asuma un progresivo riesgo, el cual no presenta problemas en épocas de crecimiento económico. Sin embargo, podría encontrarse en graves apuros cuando los vientos cambien, obligando al gobierno a emprender un rescate financiero, como el de los bancos de ahorro y préstamos [Savings & Loans] en los noventa". ("Fannie Mae eases credit to aid mortgage lending", New York Times, 30/setiembre/1999)
Queda claro, entonces, que todo este caos y pánico financiero tiene su origen en el hecho de que a alguien en la Casa Blanca se le ocurrió que el populismo económico no tenía por qué ser monopolio de las democracias tercermundistas —de ambos lados del espectro político—, y si John no tenía ahorros para adquirir una vivienda, "no problem, sir", se le reducía o eliminaba el depósito inicial, y si ahora era Peter el que no tenía los ingresos necesarios, "no problem, sir", había que ver la manera de utilizar algo de alquimia financiera y contabilidad creativa para que el pago mensual, los primeros tres o cuatro años, fuese artificialmente bajo —aunque luego se duplicara y hasta triplicara—. Estas personas de bajos ingresos, que las medidas clintonianas buscaban capturar en una versión primermundista de clientelismo político, despiertan ahora del sueño de la casa propia a la pesadilla de la casa embargada. Quienes desde el gobierno planearon y ejecutaron esta política de Estado olvidaron algo fundamental: en la historia económica de la humanidad no existe un solo caso exitoso de creación de riqueza por decreto. Toda creación de riqueza es un largo y complejo proceso de reconversión de ahorro en inversión. Sin ahorro no hay inversión, y sin inversión no hay crecimiento económico. Así de simple.
Pero el demócrata Clinton especuló que la dinámica del juego de espejos, por el cual se genera la sensación de un túnel sin fin cuando se colocan uno frente al otro, podía aplicarse con buenos resultados colocando al mercado inmobiliario frente al mercado de valores (¡como dos espejos!). Se equivocó rotundamente, y ahora la gente tiene que abandonar sus casas, y ahora a él le queda el juicio de la historia.
Cómo podía saber el New York Times que, diez años después de su nota, ésta se usaría como prueba para responsabilizar a un ex presidente norteamericano de asesinato en primer grado del mercado hipotecario. Sí, los mercados no cometieron suicidio: fueron amordazados, atados de pies y manos y, posteriormente, estrangulados por la intervención estatal y las distorsiones y efectos perversos que ésta trajo consigo. Ahora viene la gran purga de todos los excesos en la economía y por eso tiembla el gran edificio financiero global. Adam Smith, finalmente, ha decidido realizar una limpieza general de la casa, y cuando hace la limpieza —nos enseña la historia— siempre empieza por los rincones más sucios. Ayer fue el mercado hipotecario; hoy, el crediticio; mañana, quién sabe. And, boy, is he pissed!
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