lunes, 10 de septiembre de 2007

La Rusia de Putin

Escrito por Mario Vargas Llosa
LiberPress- Diario La Nación/El País - Londres- Sábado 1 de Septiembre de 2007- Es difícil imaginar una historia moderna más triste que la de Rusia, el país que ha dado al mundo, en el último siglo y medio, esa extraordinaria floración de pensadores, escritores, compositores, artistas, poetas, utopistas y místicos tan bellamente descripta en los ensayos de Isaiah Berlin. Después de haber padecido por más de setenta años una de las más ignominiosas dictaduras que haya conocido la historia –en la que muchos millones de inocentes ciudadanos perecieron en el gulag siberiano en razón de la mera paranoia de los dueños del Kremlin–, al sobrevenir el colapso de la Unión Soviética en vez de la libertad surgió el caos, la anarquía económica y política, a cuyo amparo los ex comisarios comunistas perpetraron pillerías vertiginosas, “privatizando” en su favor las industrias estatales y permitiendo a las mafias sacar del país, hacia los paraísos fiscales del planeta, billones de divisas mal habidas y robadas al pueblo ruso, que vio, de este modo, reducirse todavía más sus precarios niveles de vida y pasó a vivir en la inseguridad más absoluta y el temor crónico. No es extraño que Vladimir Putin, el antiguo agente de la KGB, el más siniestro organismo del antiguo régimen y responsable de sus más vesánicos crímenes, al subir al poder hiciera del orden y el respeto a la autoridad la columna vertebral de su política: eso era lo que más ambicionaban sus compatriotas en un país donde la ilegalidad reinaba por doquier y donde delincuentes y pistoleros de bajo y alto vuelo hacían de las suyas en la casi total impunidad. Putin ha puesto orden, en efecto; ha dado cuenta de muchos criminales, y ha restaurado una tradición de verticalismo autoritario que, con distintas máscaras ideológicas, ha mantenido en Rusia una continuidad con mínimos y fugaces intervalos de apertura, desde Iván el Terrible hasta el presente. El pueblo ruso, que no ha conocido casi otra cosa que el despotismo a lo largo de su historia, se siente cómodo, o por lo menos aliviado y esperanzado, en la Rusia de Putin. La popularidad de éste sigue siendo enorme y todo indica que, aunque no se presente en las nuevas elecciones como ha dicho, él en persona o a través de intermediarios seguirá rigiendo los destinos del país. Las valerosas minorías que, en condiciones de represión creciente, obran todavía a favor de la democracia y los derechos humanos y se esfuerzan por hacer conocer al resto del mundo los atropellos cotidianos a la libertad y a la ley que comete el régimen, están cada vez más acorraladas –censura, hostigamiento, represalias económicas, procesos penales y, en casos extremos, asesinatos– y todo indica que este estado de cosas sólo puede empeorar para ellas en el futuro inmediato. En el extranjero se conocen los grandes lineamientos de la política seguida por Putin y la rosca de ex agentes de la KGB y aparatchiks de que se ha rodeado para restablecer el poder autoritario. Ante todo, la estatización o neutralización de buena parte de los medios de comunicación independientes, que ahora están al servicio del gobierno, y la desprivatización de los principales entes responsables de la energía y las llamadas “industrias estratégicas”, devolviendo de este modo al Estado una injerencia hegemónica en la vida económica del país. Un sector industrial ha quedado fuera de la tutela estatal, cierto, pero a condición de un absoluto vasallaje a los dictados del poder. Las enormes reservas de gas y petróleo con que cuenta el país y los altísimos precios alcanzados por estos recursos en los mercados mundiales han dado al gobierno ruso un instrumento para multiplicar su influencia internacional, coaccionar a sus vecinos, retomar una carrera armamentística que encanta a las fuerzas armadas, que han recobrado su vieja condición de institución privilegiada dentro del sistema, y de hacer gravitar sobre Europa occidental una espada de Damocles: la amenaza de reducir o cortar los suministros de gas y petróleo, de los que aquélla se ha vuelto dependiente, si patrocina políticas que Rusia considera lesivas para su propia seguridad. Se conoce menos, en cambio, un aspecto todavía más sombrío y violento de la política de Putin: el nacionalismo que promueve para crear, de este modo, la ilusión de la unidad nacional patriótica contra los enemigos interiores y exteriores, y las secuelas inevitables de semejante ideología: el racismo y la xenofobia. ... Continúe leyendo el artículo en http://liberpress.blogspot.com/2007/09/la-rusia-de-putin.html



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