domingo, 4 de noviembre de 2007

HEROES CAPITALISTAS




David Kelley es director ejecutivo del Institute for Objectivist Studies y autor del libro “Una Vida Propia: Los Derechos Individuales y el Estado de Bienestar”, publicado por el Cato Institute.


Hace cincuenta años Ayn Rand publicó su obra maestra, La Rebelión de Atlas. Es una novela de 1.168 páginas cuya popularidad ha perdurado puesto que aún vende 150.000 copias cada año únicamente en librerías. Siempre ha tenido un impacto especial en las personas dedicadas a los negocios. Las razones, desde una perspectiva superficial, son suficientemente obvias.


En los medios de comunicación masivos, los empresarios son presentados como villanos, normalmente vistos como contaminadores, ladrones y asesinos en programas de televisión y en películas, ni hablar de las novelas. Los presidentes ejecutivos de compañías petroleras son atacados por comités en el Congreso cuando los precios de los combustibles suben, además de ser avergonzados públicamente por el “pecado” de tener ganancias altas. Verdaderos casos de malversación como el de Enron desatan cacerías de brujas que arrastran a destacados triunfadores como Frank Quattrone y Martha Stewart.


En contraste, los héroes en La Rebelión de Atlas son los empresarios y las mujeres. Rand los presenta con estatura heroica y exuberante en el molde romántico, por su valor, integridad y habilidad para crear riqueza. Ellos no son los explotadores sino los explotados: víctimas de parásitos y animales de rapiña que quieren envolver a los productores en cadenas regulativas y expropiar su riqueza.


El enfoque de Rand es un alivio para las personas que normalmente son representadas como malas, así que no es de extrañar que tenga tantos fans entusiasmados en las cúpulas de negocios como Ed Snider (Comcast Spectacor, Aviadores de Filadelfia y 76ers), Fred Smith (Federal Express), John Mackey (Whole Foods), John A. Allison (BB&T), y Kevin O'Connor (DoubleClick) –sin mencionar miles más en el sector privado.


Las razones más profundas por las que la novela ha demostrado ser tan popular tienen que ver con la defensa moral que Ayn Rand hace del empresario y del capitalismo. Rechazando que la producción y el comercio son meramente “materialistas”, Rand representó elocuentemente el corazón espiritual de la creación de la riqueza a través de las vidas de los personajes, bien conocidos para millones de lectores.


Hank Rearden, el innovador que es resentido y odiado por los demás en su campo, no ha creado un nuevo tipo de música, como Mozart; más bien él luchó durante 10 años para perfeccionar una aleación de metal revolucionaria que, él esperaba, le produciría mucho dinero. Dagny Taggart es una mujer talentosa y valiente que dirige una campaña, no para defender a Francia de Inglaterra en el campo de batalla, como Juana de Arco, pero para manejar un ferrocarril transcontinental y para construir una línea nueva que era crítica para la supervivencia de su corporación. Francisco, el heredero enormemente talentoso de una compañía internacional de cobre, aparece como un holgazán, playboy sin valores que encubre sus operaciones secretas, no para rescatar a personas de la Revolución francesa, como Scarlet Pimpernel, sino para rescatar a industriales de la explotación por parte de los cleptócratas despiadados de Washington.


Los economistas han sabido por mucho tiempo que las ganancias son una medida externa del valor creado por la empresa o el negocio. Rand representó el proceso de crear valor desde el interior, en la visión y el valor de sus héroes y su euforia racional por encontrar los desafíos de la producción. Su punto de vista fue representado por uno de los personajes secundarios de Atlas, un compositor de música: "No importa si es una sinfonía o una mina de carbón, todo trabajo es un acto de creación y proviene de la misma fuente: de la capacidad intacta de ver con ojos propios. Esa visión lúcida de la que hablan como parte de los autores de sinfonías y novelas, ¿Cuál creen que es la motivación que llevó a descubrir cómo utilizar petróleo, cómo trabajar en una mina, cómo construir un motor eléctrico?”


Rand estaba de acuerdo con que el afán de lucro es egoísta, tanto en la izquierda igualitaria como en la derecha religiosa. Ella es famosa como abogada de "la virtud del egoísmo", frase con la cual tituló un trabajo posterior. Su defensa moral de la búsqueda del interés propio y su crítica del sacrificio como un estándar moral está en el corazón de la novela. Al mismo tiempo, ella proporciona un severo retrato de lo que llama "la aristocracia de la influencia": empresarios calculadores que mienten y sobornan para recibir favores del gobierno.


Los economistas han sabido desde hace mucho tiempo que el comercio es un juego de suma positiva. Sin embargo, los defensores del capitalismo todavía luchan contra la "paradoja" presentada en el siglo XVIII por Adam Ferguson y Adam Smith sobre cómo el vicio privado puede producir beneficios para el público en general, cómo la búsqueda del interés propio puede generar beneficios para todos. Rand corta el nudo gordiano en la novela negando que la búsqueda del interés personal sea un vicio.


Precisamente porque el comercio no es un juego de suma cero, Rand desafía la concepción moral antiquísima de que se debe ser un donador o un tomador.


La acción central de Atlas es la huelga de los productores, su retiro de una sociedad que depende de ellos para sostenerse y que al mismo tiempo los denuncia como moralmente inferiores.


Muy bien, dice su líder John Galt, no los molestaremos más con lo que ustedes ven como acciones inmorales y explotadoras de nuestra parte. La huelga es por supuesto un dispositivo literario; Rand la describió como "una premisa fantástica". Pero tiene una implicación verdadera y esencial.


Es verdad que la producción libre y el intercambio sirven "el interés público" (si esa frase tiene algún significado), Rand argumenta que el capitalismo no puede ser defendido en ese terreno. El capitalismo es intrínsecamente un sistema individualista, un sistema que considera a cada individuo como un fin en sí mismo. Eso incluye el derecho de vivir para sí mismo, un derecho que no depende de los beneficios a otros, ni de los beneficios mutuos que ocurren en el comercio.
Esta es la lección que la mayoría de las personas de negocios tienen que aprender de Atlas. No importa cuanto puedan adorar la pasión y la gloria de la empresa. En un punto crucial en la novela, el industrial Hank Rearden es sometido a juicio por violar una regulación económica arbitraria. En vez de disculparse por su interés en la ganancia o buscar misericordia por medio de la filantropía, él dice, "Sólo trabajo por mi propia ganancia, la cual, obtengo vendiendo un producto que las personas necesitan y están dispuestas a comprar. Yo no lo produzco para su beneficio a expensas del mío, y ellos no lo compran para mi beneficio a costa del suyo; yo no sacrifico mis intereses por ellos ni ellos los sacrifican por mí; nos tratamos de igual a igual bajo mutuo consentimiento y ventaja mutua, y estoy orgulloso de cada centavo que he ganado de esta manera”.


Sabremos que la lección de La Rebelión de Atlas ha sido aprendida cuando empresarios, frente a quienes los acusen en el Congreso o en los medios, se levanten como Rearden y levanten su voz ejerciendo su derecho a producir y comercializar libremente, cuando estén orgullosos de sus ganancias y dejen de disculparse por crear riqueza.
Este artículo apareció en el Wall Street Journal el 10 de octubre de 2007.



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